Siento el olor a las milanesas, siento el olor al tuco de las pastas de los domingos o saboreo la pastafrola de batata con ese dejo a limón que me encanta. Escucho atentamente las historias de tu juventud en San Isidro, las anécdotas del viaje en tren hasta la Facultad de Derecho y los debates sobre el radicalismo de Alfonsín es lo que se vuelve música para mis oídos mientras la radio, con interferencia, está prendida de fondo en la cocina cuando vos tomás un trago de vino blanco. Es un privilegio poder escribirles y que me estén leyendo. Miles y millones de momentos compartidos. Años. Risas, viajes, dormir en su casa, risas, jugar a la mancha en la terraza, abrazos y besos; más risas. El famoso monstruo que aparece a la noche tocando la puerta, risas. Mazos de figuritas de álbumes que pocas veces logré terminar, cigarrillo cuarenta y tres, la escondida, el pan envuelto con dulce de leche o manteca y azúcar; el té con limón. Los caramelos o cualquier golosina del kiosko de Perla. Beso